La Peña

Óleo de María Teresa Peña

Poema dedicado a la Peña por Juan Manuel Ruigómez Iza.

La Peña

En este mes de Marzo, vi otra vez el viejo escenario del recuerdo:
la enorme corona de piedra de la Peña.
Sus gigantescas muelas careadas, engastando
del grandioso acantilado de un mar que fue.
Las rocas que abrazan rodeando al ancho Valle
y que son el remate de la monumental corona de caliza.
Los cercanos montes están cuajados de pinos verde-oscuro
y, como la primavera aquí aún no ha llegado,
también se ven las manchas ocres de los viejos robles.
La costera tapizada de la nueva hierba,
y también de hierba amarilla ya agostada
del último invierno, que aquí aún no se ha ido.
Quedan en la ladera algunas calvas que enseñan las entrañas de la tierra
de piedra gris, como arenisca, de color plomizo.
A lo lejos, se alcanzan las hileras de los montes
que se van difuminado en varios planos.
Un relieve que es pura orografía
y que recuerda lo que, en primaria,
decíamos un mapa físico de España.
Rocas calizas de la Peña, rocas calcáreas,
horadadas por cuevas y taladradas de infinitos agujeros
que forman las aguas de las lluvias,
los recios vientos.
Que introducen el agua entre las lajas,
y también los forman los hielos en las rocas,
y, las pequeñas plantas, que al crecer los resquebrajan.
Oquedades, túneles, pasos y cavernas
atajos y portillos
y, sobre todo, piedra, mucha piedra.
En la cumbre de la Peña
el viento sopla muy fuerte
desafiando a la vida.
Abajo, el acantilado, y más abajo, en el llano
los Valles, de Angulo, de Losa y sobre todo, el de Mena.
Desde abajo se dibuja el perfil de los hitos gigantescos de la Peña.
La Magdalena, el portillo de Muga,
Peña Mayor, el portillo de la Hoz,
Lérdano y San Mamés.
Peñalba, las Escaleras, la cueva de Santa Cecilia
Castejón, el Portillo del Polvero,
Castrogrande – que yo siempre llamé la Complacera.
Y al final de la Corona, como auténtico remate,
el Pico del Ahorcado, que yo llamaba del Fraile, monumento insólito
desgajado de forma caprichosa de la Peña,
justo donde se unen la Peña y la Sierra Carbonilla.
Es un montón de rocas superpuestas
que mantienen en difícil equilibrio
sin más argamasa que los años
y sin otro soporte que su propia verticalidad
sobre su ancha base.
Este pico, como quizás un técnico diría,
está listo para derrumbarse «cualquier día».
Me gusta subir sólo, para apreciar en silencio esta belleza
para sosegar y ensanchar el alma,
para volver tranquilo, para contarlo Iuego
porque quizás, al tenerlo tan cerca de nosotros,
todos los días, no lo vemos.